martes, 15 de febrero de 2011

Ardiente Secreto, Stefan Zweig


Semmering , Austria, es el escenario donde se desarrolla esta novela. Un lugar situado en el estado de la Baja Austria, atractivo por sus pistas de skii.


Un barón, joven, atractivo y empleado del funcionariado austriaco, decide pasar una semana de vacaciones en este lugar. No por gusto sino por no quedarse solo en el despacho donde trabaja, ya que todos los compañeros han partido de vacaciones. La naturaleza de su ser y sacando provecho de su físico, lo han convertido en un “cazador de mujeres”. Al llegar solo a un destino tan acogedor lo primero que hace es leer la lista de huéspedes, buscando alguna presa. De la lista presentada no le llamó la atención ningún nombre, es hasta el momento de la cena que descubre tras quién tendrá de ir.


Matilde, una mujer rayando en la edad madura, judía esposa de un abogado llega a pasar una semana de descanso con su hijo convaleciente.


Edgar un niño aún de 12 años, hijo único y sin embargo ávido de amor y atención, llega en compañía de su madre a este lujoso hotel esperando poder terminar de recuperarse de la enfermedad que acaba de librar.


El barón utiliza al chico como camino que lo llevará a su madre, lo que realmente le interesa. Edgar encantado de que por fin alguien le preste atención, tendrá que madurar y entrar en el juego de los adultos.


Son estos tres personajes los que me hacen reflexionar sobre el amor, ese amor pasional, aventurero, ese amor filial y amor propio.


¿Cómo una novela publicada en 1911 puede desplazarse 100 años en el tiempo y llegar al 2011 y encajar perfectamente? ¿A caso nuestra condición psicológica sigue siendo la misma? ¿No hemos evolucionado aunque sea un poco?


Supongo que todas esas carencias nos las hemos creado, el buscar lo que no tenemos en vez de voltear y ver lo que hemos logrado. El no sabernos capaces de tomar las buenas decisiones y dejar que otros decidan por nosotros. El poder prestarle atención a quienes más lo requieren, a quienes nos necesitan y dependen de nosotros.


El amor pasional, como el del barón, es válido siempre y cuando no se dañe a nadie y tenga un fin. El amor de madre es hermoso cuando no nos cegamos, cuando encaminamos correctamente a los hijos para que sean hombres de bien en este mundo. El amor aventurero es el que nos lleva a hacer las cosas que no nos animamos, que le pone la chispa a nuestra vida y por último el amor propio es el más importante porque de la abundancia que tengamos en nuestro ser será lo que podamos dar.
Katia Plascencia

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